A veces, es el padrastro quien le enseña a un niño que un padre debe quedarse, porque la familia no es quien tiene la misma sangre, sino quien nos elige como familia.
Abundan esos hombres “únicos” a la hora de tener un hijo, pero cobardes a la hora de criarlos. Eso es muy triste. Millones de niños se quedan en el vientre de su madre cada año, dejando marcas en su frágil autoestima que es poco probable que se superen.
Porque es difícil para un hijo tener la espalda de su padre como último recordatorio al salir de casa. Tener el último sonido que recuerde a tu padre, la puerta que se cerró de golpe cuando nunca volvería.
Pero antes de comprender eso, el pobre niño aún corre varias veces hacia la ventana, al escuchar un ruido de un auto que se detuvo frente a su casa, con el corazón saltando en el pecho impulsado por la esperanza de que el abandono no fuera real o al menos, no para siempre.
Las madres fuertes dan un paso adelante y deciden reconstruir su vida. Eligen ir poniendo pieza a pieza de su niño abandonado por su propio padre y poco a poco recomponen toda su autoestima.
Después de todo, él es el padre que Dios le envió.
Es una tarea difícil para un padrastro hacer entender a un niño que no tiene la culpa si su padre decidió desperdiciar todos los momentos hermosos.
Ese niño crecerá con ese hombre siempre a su lado, enseñándole a andar en bicicleta, a jugar a la pelota. Soplando el moretón en su rodilla, contando historias divertidas. Y ríen juntos, lloran juntos.
Ese hombre que no tiene obligación de amar, presta atención a cada cambio, a todo crecimiento, dando el hombro a las lágrimas, cuidando una gripe, dándole un abrazo cuando se siente mal.
Es por eso que todo padre que abandona a su hijo pierde, ya que nunca más podrá compartir las maravillosas historias de ese ser que vino al mundo. Recuerdos que quedarán atrapados en un pasado que no tiene vuelta atrás.
Y los recuerdos de la partida del padre son reemplazados por las muchas sonrisas de una vida compartida con su padrastro, quien finalmente se convierte en padre y enseña que el amor es bueno, aunque no todas las personas lo son.
Entonces, ese niño crece y agradece la infancia feliz que tuvo. Entiende la generosidad de ese hombre que lo crio, aunque no era su padre. Y esto potencia el amor, la gratitud, porque tener un buen padrastro no es una consecuencia biológica, sino un encuentro de almas.
Sé agradecido si tuviste o tienes un padrastro increíble porque pudiste presenciar la maravillosa transformación de un niño abandonado por su padre.
Te convertiste en un adulto fuerte, generoso, lleno de amor por sus hijos y que, entre tantas cosas que aprendió de su padrastro, la principal fue que un padre nunca debe abandonar a su hijo.
Comenta más abajo si eres afortunado de tener un padrastro y comparte este texto en tus redes sociales.
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