A ti, que luchaste durante siglos para no ser la sombra invisible de nadie; que zurcías calcetines para guardar monedas y pegabas parches en pantalones rotos; que estirabas cuatro pesetas para poder llegar a fin de mes;
que levantabas el alba ordenando ropas y lo cerrabas con una sonrisa paciente; que hacías pucheros con dos avíos para comer cinco.
A ti, que dejaste de ser la huella de nadie para levantar el muro de tu independencia;
que huiste del miedo y construiste tu voz propia; que llenaste universidades para mostrar inteligencia y talento, constancia y esfuerzo; que inventaste el tiempo para trabajar y sacar a tus hijos adelante; que sacas fuerzas como nadie, que eres bastón y guía, faro de mar y estrella de noche.
A ti, mujer, a ti, «que has bailado la vida con dos corazones y respirado con cuatro pulmones»; que has cambiado el negro para pintar paisajes de colores; que has dicho basta a la injusticia y te has convertido en protagonista; que eres aire, brisa, huracán y tormenta…
A ti, mujer, mi admiración y mi respeto.
Emilio Leiva, «Cuando la vida se puso en serio». (Muy pronto)
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