Abrí su cajón. No sabía qué elegir: si su short de hello Kitty, o el feo y viejo pans que tanto le gusta; me decidí por su pijama de minnie mouse y una blusa ligera de tirantes, se lo dejé doblado todo en la silla y arriba una toalla íntima con alas, de las gruesas. Sé que ella la hubiera podía tomar tras la puertita del espejo del baño, pero elegiría la más delgada y sin alas porque dice que con la otra no se ve nada sexy, o más bien qué…que no la veo sexy, pero con esta se siente más cómoda, por eso se la puse ahí, para decidir por ella, para que ni lo dudara. Abrí la regadera con el agua un poco más caliente de lo acostumbrado, y me aseguré que la temperatura fuera la adecuada metiendo mi codo en ella; estaba perfecta; caliente. Fui y me eché junto con ella de «cucharita»,metí mi mano bajo su blusa y le sobé el su vientre que estaba inflamado, y las tetas; y me hundí en su cuello, y respiré tras su oreja, y ella se despertó poco a poco, estaba malhumorada y se molestó, dijo aún adormilada que no le gusta que le respire tras la oreja, y que la dejara dormir. Sí le gusta a la cabrona, pero está bien, la entiendo. Se sentó en la orilla de la cama con una cara de espanto, se puso las sandalias que previamente dejé en el suelo, tomó las cosas que le dejé en la silla y volteó conmigo y me sonrió, y se fue desganada, con paso torpe, y mirada cabizbaja, y con su cabello hecho mierda. Tras el portazo del baño, me puse de pie, fui a la estufa y calenté agua, me quemé el dedo por pendejo. Quité las sábanas, y me metí al baño sin que ella escuchara, cantaba según en inglés, y tomé su ropa manchada. En la lavadora estoy bien wey: arrojé todo dentro, apreté unos cuantos botones, y le di vuelta a otro, y comenzó a andar, le eché jabón y todas esas mamadas que se le echan, y me fui al closet a elegir unas sábanas frescas para tenderlas en la cama, y justo cuando terminé, las burbujas del hervor me recordaron que había dejado algo en la estufa;—Putª madre —dije. Qué complicado es tener a una mujer. pero lo vale, ella lo vale. Oí que la regadera cesó, después se oyó la cortina corrediza. Preparé una taza de té de manzanilla cargado con dos bolsitas y tres de azúcar, un par de pan tostado con Nutella, y rodajas de fresas arriba, como en los desayunos chingones que salen en la tv. Eché agua caliente en una bolsa térmica y me fui a esperarla a la alcoba. Ella se cepillaba el cabello; podía escucharlo. Abrió la puerta, el vapor salió junto con una mujer, y me atrevo a decir que la más hermosa del universo. Me sonrió y le sonreí.
—Qué sexy te ves — le dije.
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